Personajes Alfonso Diez |
Viví en Puebla una parte importante de mis primeros años de vida y
los recuerdos quedaron grabados de tal manera que afloran dejando volar
imágenes, sucesos, lugares y personas inolvidables, que a la fecha evoco con
nostalgia.
Maximino Ávila Camacho murió exactamente un año antes de que yo
naciera (y ofrezco disculpas por hablar en primera persona, en este caso es
pertinente), pero las primeras noticias sobre el exgobernador no las tuve en
Puebla, sino en Tlapacoyan, Veracruz.
Mi tío Alejandro le leía todos los días algún libro a doña Eufrosina
Camacho de Ávila, que residía en Teziutlán. Casi siempre vidas de santos. Fue
alrededor de 1933. Salió de Tlapacoyan para estudiar la primaria en la tierra
de Maximino y resultó que uno de sus deberes era la lectura obligada, todas las
tardes, a la mamá de los Ávila Camacho.
Años antes, una de las casas más grandes y céntricas de Teziutlán
perteneció a mis bisabuelos. Estaba ubicada en el número 3 de la 9ª calle de
Avenida Central Hidalgo y su construcción abarcaba toda la manzana. Aunque la
casa se vendió porque mi familia se dedicó de lleno a atender la hacienda de El
Jobo, que era de su propiedad, y en consecuencia era muy problemático viajar
con la frecuencia requerida a la casa de Avenida Central Hidalgo, quedaron en
esa población muchos familiares y amigos; además, Teziutlán era la cabecera, el
centro del comercio de toda la zona que iba de ahí hacia el oriente, pasando
por Tlapacoyan, Martínez de la Torre y San Rafael.
Tlapacoyan está a treinta kilómetros de distancia de Teziutlán, pero
entonces no había carreteras ni automóviles y la travesía a caballo se llevaba
alrededor de ocho horas.
El Jobo está a unos cuantos kilómetros de Tlapacoyan, sobre la
carretera que va a Martínez de la Torre; había pertenecido al que fue primer
Presidente de México, Guadalupe Victoria, y fue una de las haciendas más
grandes de la república.
Su extensión era
del orden de cientos de miles de hectáreas; El Jobo entonces estaba delimitado
en una franja de diez kilómetros de ancho que corría comenzando (por la parte
poniente) en una mojonera que a la fecha existe sobre la carretera
Tlapacoyan-Martínez de la Torre (a dos ó tres kilómetros de Tlapacoyan) y al
oriente llegaba a la costa del Golfo de México e incluía en su interior lo que
ahora son las ciudades de Nautla, San Rafael y Martínez de la Torre.
Así que la vida
de mi familia era más sencilla si se limitaba a los pequeños viajes entre la
hacienda de El Jobo y la casa de Tlapacoyan, sin extenderlos a Teziutlán.
La relación con
los Ávila Camacho fue indudablemente muy valiosa para mi papá y sus hermanos,
que formaron una empresa de transporte a base de camiones con cajas refrigerantes
llamada “Diez Cano Hermanos” y para poder comprar los vehículos se acercaron al
presidente Manuel Ávila Camacho, quien indicó al director de Nacional
Financiera que les proporcionara los fondos necesarios en calidad de préstamo.
Pero Maximino,
entonces gobernador del estado de Puebla, quería ser Presidente de México. Le
molestó mucho que fuera su hermano menor, Manuel, quien sucediera a Lázaro
Cárdenas en la presidencia. Se refería a él de manera despectiva entre sus
allegados. A pesar de eso, Manuel le dio a su querido hermano un lugar en el
gabinete como secretario de Comunicaciones y Obras Públicas.
Llegado el
momento de la sucesión de Manuel, Maximino amenazó con matar a Miguel Alemán si
su partido, el PRI, nominaba al veracruzano como su candidato; pero Maximino no
llegó a la recta final, murió el 17 de febrero de 1945 y el primero de
diciembre de 1946 tomó posesión Alemán.
Fue el año en que
nací. Eran días de cacicazgos que retrata la película “Río Escondido”. En las
calles de Tlapacoyan, los pósters promoviendo la candidatura de Alemán para
presidente decían: “Mexicanidad” y lo mostraban con bigote y muy moreno. ¡Cómo
cambió!
Los capítulos de
Alemán y Ávila Camacho son recurrentes, nunca se cierran; y por cierto, el
gobernador de Veracruz en esos días (1944-48) era Adolfo Ruiz Cortines, quien a
partir del 1 de diciembre de 1952 se convirtió en Presidente de México, como
sucesor de Alemán.
Hasta aquí los
antecedentes, los nexos, el entorno.
Volvamos a
Puebla. Yo tenía 2 ó 3 años de edad cuando viví por primera vez frente al
Jardín de Analco, que ya desapareció. Entonces había construcciones por los
cuatro costados. Frente a nuestro hogar, cruzando el jardín, estaba la Tenería
Victoria, donde trabajaba mi papá. A la izquierda la iglesia y a la derecha el
kínder (y primaria) del “Verbo Encarnado” en que por primera ocasión entré a un
aula.
Cerraron el
kínder y mi nueva escuela estaba a 6 ó 7 cuadras de distancia.
Un día, ya a la
edad de 4, ninguno de mis padres llegó a recogerme porque cada uno pensó que el
otro iba a ir, y me animé a regresar a casa por mi cuenta. Fue mi primer
recorrido solo por las calles de Puebla, pero a esa edad, se trató de un largo
y sinuoso camino (dicen los Beatles). Me perdí, pero buscando señales,
construcciones conocidas, recuperé el camino a casa.
Nos íbamos al
centro, a caminar por el parque; gozábamos los festejos populares, las fiestas,
las posadas y los desfiles.
Recorrer Puebla
era fácil, no era tan grande y tenía las calles muy bien trazadas. Con una
nomenclatura que no dejaba que nadie se perdiera.
Tuve la suerte de
que mi mamá comenzara a leerme desde que yo era un bebé. Motivó mi amor por la
lectura y a los 4 años ya sabía leer y escribir, sumar y restar, multiplicar y
dividir.
Cuando a los 5 me
llevó mi madre a inscribirme en la primaria, en el Centro Escolar Revolución
(ya en la Ciudad de México), mi maestra de primero, Margarita, le recriminaba
que debía yo haber entrado a tercero.
Puebla
inolvidable. La ciudad en la que abrí los ojos al mundo maravilloso de las
letras, a la más temprana edad, gracias al amor y las enseñanzas de mi madre.
La primera vez que lloré tras escuchar un relato fue en nuestro hogar frente al
Jardín de Analco; se trataba de “De los Apeninos a los Andes”, de Edmundo de
Ámicis. “Corazón, Diario de un Niño” se convertiría en uno de mis libros de
cuentos favoritos.
En Tlapacoyan,
también entrañable, escribiría, a los 6 años de edad, mi primer cuento, mi
primer fantasía.
Soy de aquí y de allá
El anuncio con la
publicidad de una película del Piporro, en la que éste es un bracero en Estados
Unidos, decía: “Con un pie al norte del Río Bravo, otro al sur y los dos en
ningún lado”, refiriéndose a ese tipo de migrante ilegal (espaldas mojadas, les
decían) que nunca logra el arraigo en el norte, no se integra a la cultura de
aquél país y para colmo va perdiendo la que tenía.
Yo plantearía las
cosas de otra manera: Con un pie en la Ciudad de México, otro en Puebla, otro
en Tlapacoyan y uno más en Acapulco (mi casa en la playa), puedo darme el lujo
de decir, a diferencia del autor de “No soy de aquí, ni soy de allá”, que soy
de todos esos lados, tan queridos y añorados, que a la fecha me acompañan por
donde quiera que vaya.
No excluyo.
Cuando he estado en París, Nueva York, Madrid, Londres, Ginebra o Milán me integro,
soy así un poblador más de esos países, un ciudadano internacional. La
generación de mis nietos tendrá este distintivo. Como sucedió en Europa, algún
día América eliminará fronteras.
Igual que Facundo
Cabral, no tengo edad, pero sí confianza en el porvenir. Igual también que
Cabral, ser feliz es mi color de identidad..
Si no eres de
aquí, ni de allá, no tienes claros los objetivos.
Hay que crecer,
evolucionar, como decía el admirado actor argentino, Luis Sandrini: “Hasta que
el cuerpo aguante”.
Esos primeros
pasos de la infancia pasan frente a mí como si se tratara de una película:
Justo Sierra, el Jardín de Analco, Ferrer 203. Capítulos que podrían trazarse a
partir de diversas instituciones educativas. Pero la Filosofía fue fundamental,
me descubrió otra óptica del mundo. El Psicoanálisis me la dio de mi entorno.
Como conclusión,
vislumbro cinco lenguajes fundamentales: 1: La Filosofía, que nos permite la comprensión de todo: Quiénes somos, a
dónde vamos, de dónde venimos, ¿materia o espíritu? 2: Las Matemáticas, que nos dan una parte importante de nuestra formación
académica y nos enseñan a estructurar, a tejer redes. 3: El Ajedrez, que aunque es un juego nos
enseña a concentrarnos y a planear estrategias. 4: La Poesía, con todas sus variantes, que nos indica el camino de la
palabra y nos impulsa a dejar volar la imaginación, y 5: La Música, que alimenta nuestra
sensibilidad y le da cauce a nuestros sentimientos, o, como dicen los clásicos:
“Es el alimento del alma”.
Hasta aquí el
tema central, porque desafortunadamente el espacio impide que corra la pluma.
Confucio decía que “una caminata de 8 mil kilómetros comienza con un paso”, que
en este caso está dado. El libro sigue abierto.
Reconocimiento final
Los sitios en
Internet no son exclusivos de determinada población, son internacionales y en
consecuencia, las publicaciones por este medio lo son también. Es el caso de
“La Quinta Columna” y de “Personajes”. Gracias a esta tribuna he recibido
mensajes y documentos, vía correo electrónico, no sólo de diversas partes de la
república, sino de otros lugares del mundo: de España, Estados Unidos,
Inglaterra, Francia…
Parece increíble,
pero gracias a este tipo de difusión tengo ahora apreciados amigos que de otra
manera no habría conocido, o conocidos que ahora son mis amigos, y amigos que
lo son más, además de parientes que nunca he visto en persona y me han
reconocido y escrito. La comunicación con mi propia familia es más cálida, más
cercana. El texto, leído por esta vía, es más personal que el impreso, porque
forma parte de nuestro entorno más íntimo.
Éste es un
reconocimiento que debo hacer, a todos ustedes, los que menciono en el párrafo
anterior y los que de manera anónima se interesan en estas líneas, con mi
agradecimiento y la expresión de mi más alta estima…
Y es, también, el mejor final para este Personajes. |